martes, 3 de marzo de 2015


La Cruz, lugar de encuentro con Dios.

La Biblia nos transmite que Dios elige el monte como lugar de encuentro con el hombre. Moisés, Elías, la transfiguración de Jesús, en ellos vemos el acercamiento de Dios desde lo más alto y basta siquiera estar en terreno alto para imaginarse por qué. En la experiencia de montaña al caminar, uno ve con perspectiva cada cosa. Podemos contemplar de mejor manera aquello que nos rodea cotidianamente, viendo todo en su composición entera. El simple esfuerzo de llegar al punto más alto es una conquista, cuyo premio es esta nueva sensación de pertenecer a todo, de llenarse la vista al ras del cielo. Yo pienso que por algo Dios eligió esta perspectiva en la tradición bíblica para estar cerca del hombre.

La Cruz también está en la cima de todo desde el monte Calvario. Es lugar de encuentro con Dios, la manera en que se revela el Dios de verdad y amor: “precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría” nos decía el Papa Benedicto en audiencia general. Por la Cruz, Nuestro Señor ha conquistado el corazón de infinidad de santos, que siendo gente común salió a su encuentro a la montaña y regresó al mundo revestida de gloria.

Cuando veo el testimonio de todos ellos me apena no poder descubrir lo que miraron, alcanzando a observar solo sombras de lo que significa la Cruz y que mi condición herida sea limitante para responder como ellos lo hicieron. Sé también que no por mis méritos sino por la Gracia divina es posible, que el cristianismo es una escalera al cielo que se alcanza descendiendo, con humildad y paciencia, con valor y entrega, siendo recompensa de los esforzados que suben a lo más alto de la montaña, al encuentro del Crucificado.

A través de la Cruz, Nuestro Señor nos hace pertenecer a todos porque para todos es la salvación, a sentirnos privilegiados por el regalo de Dios en su pasión. Es desde este punto más alto, que también logramos ver la vida en perspectiva, sintiéndonos tocados por el cielo. Es justo aquí que Dios nos llama a su encuentro, donde nos hace partícipe de su misericordia que lo alcanza todo desde lo alto de Cruz.


martes, 24 de febrero de 2015


Jesús, predicador desde la Cruz

"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Cor 1, 18)


Cuántas cosas nos dices Señor en la Cruz desde tu silencio. Nos enseñas la profundidad de tu misericordia, modelando con tu persona mediante el sacrificio. Como los predicadores en tu tiempo estás con los brazos abiertos. A través de ti nos revelas al Padre, en ese misterio de amor que es la Trinidad. Predicas la victoria sobre este mundo, la liberación de los cautivos, el año de gracia. Es el anuncio de la Pascua que está por venir y que con la Cruz queda sellado en ofrenda.

Deseaste manifestarte en la Cruz como el más alto púlpito donde solo podemos escucharte siendo humildes y mansos como tú. No hay cabezas altivas ante la Cruz para quien desea colocarse de frente ante lo que nos dices. Es necesario reconocer nuestras faltas y que cada pecado te ha colocado ahí. Debemos llegar con el corazón contrito, sabiendo nuestra condición herida, necesitada de tu gracia.

Frente a la Cruz día a día hay un mensaje nuevo para mí. Mi tiempo descubre su razón escrita desde tu misterio, con la sensación de que cada hora debe su entramado y su conexión a la buena nueva que trae la Cruz. Desde ella nos presentas cómo Dios convierte en victorias los fracasos develando sus apariencias, que para llegar al Reino hay que despojarse hasta del último aliento. Que como el ladrón, siempre habrá lugar en tu casa para el pecador arrepentido y como él podemos compartir sin mérito a esta gracia, un lugar a lado tuyo en el Calvario.

Y estás ahí como desde aquel día, de frente al pueblo, frente al mundo, sosteniendo la misma verdad en la Cruz. Tu mensaje es para todos. Llevas este nuevo sermón de la montaña en silencio, por el que nos revelas con tus heridas tu Reino.



domingo, 22 de febrero de 2015


La Cruz es fuente de virtudes

El siguiente texto es tomado de los Escrito catequísticos  de Santo Tomás:

Como dice San Agustín, la Pasión de Cristo es suficiente para modelar por completo nuestra vida. Quien quiera vivir en la perfección, no tiene que hacer más que despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz, y desear lo que Él deseó.

En la Cruz no falta ningún ejemplo de virtud. Si buscas un ejemplo de caridad, “nadie tiene mayor caridad que dar uno su vida por sus amigos” (Jn 15,13). Esto lo hizo Cristo en la Cruz. Por consiguiente, si dio por nosotros su vida, no debe resultarnos gravoso soportar por Él cualquier mal. “¿Cómo pagaré al Señor todo lo que me ha dado?” (Ps 115,12).

Si buscas un ejemplo de paciencia, extraordinaria es la que aparece en la Cruz. Por dos cosas puede ser grande la paciencia: o por soportar uno pacientemente grandes sufrimientos, o por soportar sin evitar lo que podría evitar.

Cristo en la Cruz sobrellevó grandes sufrimientos: “Vosotros todos los que pasáis por el camino, fijáos, y ved si hay dolor semejante a mi dolor” (Lam 1,12); y pacientemente, pues, “cuando padecía, no profería amenazas” (1 Pet 2,23); “como oveja será llevada al matadero, y como cordero ante quien lo esquila enmudecerá” (Is 53,7).

Además pudo evitárselos, y no los evitó: “¿Piensan que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición inmediatamente más de doce legiones de ángeles? (Mt 26,53).

Grande fue, por tanto, la paciencia de Cristo en la Cruz. “Con paciencia corramos notros a la lucha que se nos presenta poniendo los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin miedo a la dehonra” (Heb 12, 1-2).

Si buscar un ejemplo de humildad mira al Crucificado. Dios quizo ser juzgado bajo Poncio Pilato, y morir. “Tu causa ha sido juzgada como la de un impío” (Job 36,17). Como la de un impío auténtico: “condenémosle a la muerte más infame” (Sap 2,20). El Señor quiso morir por su esclavo; Él, que es vida de los ángeles, por el hombre. “Hecho obediente hasta la muerte” (Philip 2,8).

Si buscas un ejemplo de obediencia, sigue al que se hizo obediente al Padre hasta la muerte. “Como por la desobediencia de un solo hombre fueron hechos pecadores muchos, así también serán hechos justos muchos por la obediencia de uno solo” (Rom 5,19).

Si buscas un ejemplo de menosprecio de las cosas terrenas, sigue al que es Rey de reyes y el Señor de los que dominan, en quien están los tesoros de la sabiduría: en la Cruz aparece desnudo, burlado, escupido, azotado, coronado de espinas; le dan de beber hiel y vinagre, muere. No te aficiones por tanto a los vestidos ni a las riquezas, puesto “que se repartieron mis vestiduras” (Ps 21,19); ni a los honores, pues yo sufrí burlas y azotes, ni a las dignidades, porque trenzando una corona de espinas la pusieron sobre mi cabeza, ni a los placeres, ya que “en mi sed me dieron de beber vinagre” (Ps 68,22).






sábado, 21 de febrero de 2015


La Cruz es destino
“Con este signo vencerás”

Comenzó orando en el huerto y su pasión cruzó todos los tiempos. En el credo apostólico confesamos que Jesús descendió a los infiernos y ahí, nos explica Santo Tomás de Aquino en su catequesis, vence al demonio en su propia casa y libra a los santos que se encontraban en el infierno, pues “antes del advenimiento de Cristo, todos, incluso los santos padres, bajaban al infierno luego de su muerte”. Como marca la posición de la Cruz, esta abarca la amplitud de los puntos cardinales. Nos abraza, nos salva del infierno y nos conduce al cielo.

La pasión de Nuestro Señor tiene su punto más alto en la Cruz. Fue una jornada larga de sufrimiento que no tuvo descanso. Comenzó de noche y al medio día llegó a su punto más alto en el Calvario. Su recorrido termina ahí, con los brazos extendidos, soportando no solo el dolor del cuerpo, sino los pecados del mundo. El tránsito de la pasión termina ahí, con el último aliento encomendando el espíritu al Padre. Ahí es donde nos señala nuestro destino, el camino por el que podemos llegar a Cristo:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame.”
Lc 9,23.

El modo de ser como Jesús es amar nuestra cruz, no solo soportarla sino hacer de ella nuestro timón. Estamos marcados por la Cruz y la historia de la humanidad hace presencia de ello. Ser en el mundo, es llevar la Cruz a cuestas, sumergirnos en este misterio tal como lo hizo Él, de manera humilde, paciente y valiente, siendo su única prenda la voluntad del Padre por la que todo se ama y todo se ofrece.


viernes, 20 de febrero de 2015



Verdadero Dios y verdadero hombre


Cuando me acerco a contemplar la Cruz de Nuestro Señor no dejo de pensar en estas dos naturalezas, verdadero hombre y verdadero Dios. Como hombre, hallo lo creo que es imposible de alcanzar, ya no como un ideal romántico, sino como expresión viva. Se puede amar más allá del rechazo y de dolor, se puede ser perfecto como el Padre es perfecto, pues se ha entregado por voluntad, una voluntad que no se quiebra siendo enteramente humana cuando dice “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, frase del antiguo testamento que Cristo exhala para cumplirlo todo, para recordarnos que también nació de mujer, que quiso hacerse uno de nosotros, una condición caída que se levanta ahora en el madero de la Cruz, en todo su esplendor, en la expresión más profunda del amor. De esta manera podemos acompañar a Cristo crucificado, experimentando un poco de esa cruz todos los días cuando por amor sufrimos dando lo que tenemos aunque sea poco, aunque sea nada. Por eso es esencial y trascendente volver la mirada a María, para que nuestro ser humano sea como el de Cristo, para parecernos más a Él, como los hijos se parecen  a su madre.

Después de escuchar la frase “desde que el amor fue crucificado, no se puede entender el amor sin sacrificio”, tuve que guardarla para todos mis días como moneda de cambio. A partir de ella, trato de entender el misterio del dolor humano y cómo Dios nos habla especialmente a nosotros, cuya única dimensión posible es el amor, como lo decía S. Juan Pablo II. Cristo aprendió la voluntad del Padre en el sufrimiento, siendo hombre debía mostrarnos este camino. Cuánto más para los que no tenemos el corazón humano de Cristo, para los que Dios tiene que esculpir entre afiladas piedras.

Descubrir que Dios está en la Cruz me derrumba. No alcanzo a comprender si quiera un poco de todo lo que hay delante de mí. El autor de todo se ha dejado llevar por el suplicio de los hombres. Padeció el escarnio, las injusticias, el abandono, la violencia humana para revelarnos que es el amor, que se entrega para salvación de no de todos, de cada uno de nosotros. Ni las mitologías más elaboradas en la imaginación humana, las deidades de este mundo, las ideologías más avanzadas o los caminos de iluminación más esforzados pudieron concebir tal acto. Todas ellas empequeñecen ante la Cruz. Solo Dios mismo podía relevar este misterio, solo Él podía mostrarnos su corazón.

Nuestra condición es la de Pedro, cuando niega al Señor tres veces a pesar de haber jurado que lo acompañaría. También es la condición del discípulo amado, que está junto a María contemplando la Cruz. Somos el propósito de la entrega del verdadero hombre y del verdadero Dios, “porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Así sea.

jueves, 19 de febrero de 2015




El silencio de la Cruz

El silencio de la Cruz dispone el alma. Es el silencio de María al pié del madero, la brisa suave después de la tormenta desde la que nos habla Nuestro Señor. Es el motivo que acalla al mundo, al ruido de la desesperanza, la violencia, la voracidad del hombre. La sangre del cordero hace silencio. Debemos verlo con los brazos abiertos para comprender que su silencio es acogimiento y no reserva. No es un silencio que se cierra en sí mismo. Es un silencio con la verdad del mundo, con la promesa de un nuevo reino gobernado por la entrega hasta la muerte, vencida esta por el Cristo silente. Es silencio de victoria, que lleva la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias. Es altar que nos eleva a todos, con una petición con nuestro nombre clavado en el corazón para oídos de todos.

La Cruz es el silencio del enamorado, la flor del hombre por el hombre que se cierra a medio día para iluminar la noche. Es el vacío de la voz de quien lo ha dicho todo y lo ha dado todo, transformándose en nuevo canto. Es el tiempo de cada tiempo, de toda historia. Es luz de nuestros corazones que nunca conocieron el amor hasta este momento.

Es el argumento más contundente, la mirada más clara que da todas las razones sin las cuales el mundo desfallecía en desamparo. La plenitud de los tiempos nos regresa al silencio de Dios, a su misterio.


“Te adornamos oh Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.”


Miércoles de ceniza, 2015

“Porque la única valentía que merece llamarse valentía, es la que significa que el alma ha pasado un punto de quebranto sin quebrantarse”.
Chesterton

Cuando me acerco a la Cruz, veo la valentía que me falta. Veo al Hombre, al Hijo del Hombre que me dice “se puede darlo todo” y veo a Dios haciendo nuevas todas las cosas estando ahí, sostenido de la Cruz.

Nunca miré la Cruz como en estos últimos años y ha estado ahí por cerca de dos mil años, perenne, humilde y altiva, revelando una verdad que se dice de muchas maneras para cada uno, siendo siempre la misma. La Cruz es misterio y es el misterio que comparte mi vida. Es la verdad del hombre, de lo que aspira ser en un presente inacabado, que como semilla deberá germinar en árbol. “¡Cómo brilla la cruz santa!”, “del árbol de la cruz ha venido la alegría al mundo entero”.

Veo a Dios que se acerca a mi sufrimiento, que mira desde mi carne mi condición frágil, confesándome “yo te sostengo”. El Señor se acerca a mí desde la Cruz para demostrarme que toda injusticia ha quedado saldada en Él, que no es un Dios que abandona a sus criaturas, que el más mínimo reproche ha sido pagado con sangre y sacrificio, por lo que en la desconsideración de todos y en la mía primero al encuentro con la Cruz, pierde desproporción abismal hasta la más leve sombra de recriminación. No hay forma de reclamar fracasos e injusticias ante quien con amor proclama “yo estuve ahí primero, padeciendo lo que vives. Me hago pequeño contigo y aún más, yendo al extremo de darlo todo”. De esta manera siento a la cruz más mía, siendo océano inconmensurable que hace ver mis sufrimiento como una gota de nada. Esto me lo dice la Cruz con valentía.