Miércoles de ceniza, 2015
“Porque la única valentía que merece llamarse valentía, es la que significa que el alma ha pasado un punto de quebranto sin quebrantarse”.
Chesterton
Cuando me acerco a la Cruz, veo la valentía que me falta. Veo al Hombre, al Hijo del Hombre que me dice “se puede darlo todo” y veo a Dios haciendo nuevas todas las cosas estando ahí, sostenido de la Cruz.
Nunca miré la Cruz como en estos últimos años y ha estado ahí por cerca de dos mil años, perenne, humilde y altiva, revelando una verdad que se dice de muchas maneras para cada uno, siendo siempre la misma. La Cruz es misterio y es el misterio que comparte mi vida. Es la verdad del hombre, de lo que aspira ser en un presente inacabado, que como semilla deberá germinar en árbol. “¡Cómo brilla la cruz santa!”, “del árbol de la cruz ha venido la alegría al mundo entero”.
Veo a Dios que se acerca a mi sufrimiento, que mira desde mi carne mi condición frágil, confesándome “yo te sostengo”. El Señor se acerca a mí desde la Cruz para demostrarme que toda injusticia ha quedado saldada en Él, que no es un Dios que abandona a sus criaturas, que el más mínimo reproche ha sido pagado con sangre y sacrificio, por lo que en la desconsideración de todos y en la mía primero al encuentro con la Cruz, pierde desproporción abismal hasta la más leve sombra de recriminación. No hay forma de reclamar fracasos e injusticias ante quien con amor proclama “yo estuve ahí primero, padeciendo lo que vives. Me hago pequeño contigo y aún más, yendo al extremo de darlo todo”. De esta manera siento a la cruz más mía, siendo océano inconmensurable que hace ver mis sufrimiento como una gota de nada. Esto me lo dice la Cruz con valentía.
La Cruz es mesa donde se sirve la vida en ágape y sacrificio. Cristo, con su muerte, nos enseña a vivir.
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