viernes, 20 de febrero de 2015



Verdadero Dios y verdadero hombre


Cuando me acerco a contemplar la Cruz de Nuestro Señor no dejo de pensar en estas dos naturalezas, verdadero hombre y verdadero Dios. Como hombre, hallo lo creo que es imposible de alcanzar, ya no como un ideal romántico, sino como expresión viva. Se puede amar más allá del rechazo y de dolor, se puede ser perfecto como el Padre es perfecto, pues se ha entregado por voluntad, una voluntad que no se quiebra siendo enteramente humana cuando dice “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, frase del antiguo testamento que Cristo exhala para cumplirlo todo, para recordarnos que también nació de mujer, que quiso hacerse uno de nosotros, una condición caída que se levanta ahora en el madero de la Cruz, en todo su esplendor, en la expresión más profunda del amor. De esta manera podemos acompañar a Cristo crucificado, experimentando un poco de esa cruz todos los días cuando por amor sufrimos dando lo que tenemos aunque sea poco, aunque sea nada. Por eso es esencial y trascendente volver la mirada a María, para que nuestro ser humano sea como el de Cristo, para parecernos más a Él, como los hijos se parecen  a su madre.

Después de escuchar la frase “desde que el amor fue crucificado, no se puede entender el amor sin sacrificio”, tuve que guardarla para todos mis días como moneda de cambio. A partir de ella, trato de entender el misterio del dolor humano y cómo Dios nos habla especialmente a nosotros, cuya única dimensión posible es el amor, como lo decía S. Juan Pablo II. Cristo aprendió la voluntad del Padre en el sufrimiento, siendo hombre debía mostrarnos este camino. Cuánto más para los que no tenemos el corazón humano de Cristo, para los que Dios tiene que esculpir entre afiladas piedras.

Descubrir que Dios está en la Cruz me derrumba. No alcanzo a comprender si quiera un poco de todo lo que hay delante de mí. El autor de todo se ha dejado llevar por el suplicio de los hombres. Padeció el escarnio, las injusticias, el abandono, la violencia humana para revelarnos que es el amor, que se entrega para salvación de no de todos, de cada uno de nosotros. Ni las mitologías más elaboradas en la imaginación humana, las deidades de este mundo, las ideologías más avanzadas o los caminos de iluminación más esforzados pudieron concebir tal acto. Todas ellas empequeñecen ante la Cruz. Solo Dios mismo podía relevar este misterio, solo Él podía mostrarnos su corazón.

Nuestra condición es la de Pedro, cuando niega al Señor tres veces a pesar de haber jurado que lo acompañaría. También es la condición del discípulo amado, que está junto a María contemplando la Cruz. Somos el propósito de la entrega del verdadero hombre y del verdadero Dios, “porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario